martes, 3 de mayo de 2011

LA arquitectura Descentrada

-La estructura y la tecnología.

Para europeos y norteamericanos el camino hacia la alta tecnología ha sido el de una evolución sostenida, de tal modo que su adopción fue el modo lógico de responder a la propia circunstancia.

Para el resto del mundo, en cambio la alta tecnología se transformó en el símbolo del progreso y su utilización devino en signo equivoco de una modernidad aparente… cuando el diseñador supera el complejo de inferioridad que es una de las peores cargas del subdesarrollo, y mira hacia su propio medio, suele encontrar allí sugerencias tecnológicas que le hacen reflexionar acerca de las posibilidades de hallar caminos alternativos, más apropiados a los recursos económicos y humanos de región. Tal es lo que revelan los trabajos de Eladio Dieste, los de Severiano Porto en Brasil, los de Edward Rojas en Chile, entre otros.

El saber arquitectónico que mantenía una posición central en el marco de la producción arquitectónica, constituyendo sin duda el punto de referencia para todo juicio de valor y asimismo para la evolución del gusto general, ha visto desdibujarse esa posición con la valorización de arquitecturas hasta hace poco consideradas como marginales. El proceso lleva ya varias décadas: comienza, probablemente, con la proclamación de las cualidades de las arquitecturas populares, en la conocida exposición Arquitectura sin arquitectos, organizada por Bernand Rudofsky en el museo de Arte Moderno de Nueva York en 1965; continua más adelante con la reivindicación que John Turner hizo de la los asentamientos clandestinos, sus valores sociales y urbanos, estudiando en particular las barricadas limeñas; con el entusiasmo por la arquitectura popular urbana de Robert Venturi y se verifica así mismo con el creciente interés despertado por el estudio y la conservación del patrimonio no-monumental, o patrimonio modesto.

El saber arquitectónico parece así haber perdido su valor como legitimador de la acción del arquitecto, jaqueada además, como se ha dicho, por las diversas fuerzas que intervienen en la construcción del entorno.

A finales de la década de los 20 y en la década de los 30 comienza la intensa difusión de las ideas y realizaciones europeas en el continente americano, y desde mediados de esta década comienza asimismo el éxodo de los maestros europeos y la radicación de varios de ellos en los Estados Unidos de América. Maestros e ideas se ven trasplantados a mundos en los que la situaciones socio-políticas, los conceptos de modernidad y la democracia, las tradiciones referidas a la arquitectura, al urbanismo y a la construcción diferían profundamente de las del continente europeo.

La situación socio-económica de los países de América Latina no habían sufrido las transformaciones acaecidas en Europa. Una sociedad tradicional, de antiguo origen clasista apenas superado en los países de la alta inmigración en los que empezaban a formarse las clases medias y las obreras, una economía centrada en la producción primaria y en muchos casos en el monocultivo, una menos que incipiente industrialización, habían convertido desde el siglo anterior el anhelo de modernidad en un anhelo de acercarse a modelos –europeos durante largo tiempo, y más tarde norteamericanos, en particular después de la segunda guerra-.

En lo referente a las políticas de ocupación del territorio, la concentración de la población en centros administrativos insertos en enormes extensiones vacías, por una parte, y por la otra la insistencia en la traza urbana basada en la cuadricula, permanecieron como tales hasta fines del siglo XIX. En esa época el modelo haussmaniano vino a superponerse parcialmente en algunas ciudades, pero solo como un elemento formal de diseño urbano, desprendido de sus bases ideológicas y también de su sentido como estructurador de la ciudad. No se produjo debate alguno como tampoco lo habría luego acerca de la adaptación del Garden suburb ya en la década del 40, a la expansión residencial de las ciudades, un Garden Suburb que en la Argentina, en general, permaneció obsesamente fiel a la cuadricula.

La tradición constructiva, por su parte, permaneció en estado artesanal, en un mundo en el que la mano de obra abundaba y no así los medios mecánicos, situación opuesta a la de los Estados Unidos y diferente asimismo de la de Europa.

De los grandes maestros de la arquitectura moderna, ninguno se radico definitivamente en América Latina, aunque Le Corbusier visito rápidamente varios países y, lo que quizás resulto más importante, recibió en su estudio a varios de los que serían arquitectos de primera línea en sus respectivos países. La información acerca de las ideas y obras europeas llegaba de manera indiscriminada a través de diversas revistas y de los mismos arquitectos viajeros.

En Argentina se dio la polémica entre los sostenedores de la nueva arquitectura y los arquitectos tradicionalistas o nacionalistas: los primeros hablan de funcionalidad, de nuevas técnicas y materiales, de la inmoralidad del ornamento historicista; los segundos acusan a la nueva arquitectura de materialismo (germánico) y de desprecio por el arte. En cuanto a las visitas de Le Corbusier, no llegaron a producir efecto en esta sociedad apegada a las tradiciones académicas.

En Brasil, a partir de la visita de Le Corbusier un grupo notable de arquitectos inicio un brillante periodo de arquitectura moderna “a la brasileña”. Eduardo Díaz Comas ha descrito como la sólida formación académica de Lucio Costa le permitió abordar el tema de la composición más la caracterización, que venía a expresar la universidad la universalidad más la nacionalidad, en una síntesis que no era ajena a la propia formación y actitud de Le Corbusier.

En América Latina los emprendimientos más importantes relacionados con el movimiento moderno fueron impulsados por el Estado.

En Brasil la ideología socialista, universalista, el Movimiento Moderno, se vio sustituida por la necesidad de representación de un poder de ideología nacionalista. La relación de la nueva arquitectura se dio más bien con unas políticas gubernamentales que con sus ideologías compartidas por intelectuales y artistas, aun cuando los arquitectos, en particular en el caso mexicano, estuvieran claramente enrolados en la línea de las reivindicaciones nacionalistas. A veces coincidirán estas ideas con las preocupaciones sociales originarias del Movimiento Moderno. Tal fue el caso de la serie de escuelas O ‘Gorman o los conjuntos de vivienda popular de Mario Pani en México. La denominación de funcionalismo que adoptaron estos arquitectos mexicanos para su arquitectura señala la orientación hacia la solución de problemas sociales. Así mismo la acción de los profesionales por medio de las sociedades de arquitectos, que ejercieron su influencia a través de concursos, revistas, etc.

En lo que se refiere a los tipos edilicios, el edificio en altura, la torre, acabara en muchas ciudades, en particular las del cono sur, como ese extraño hibrido que es la “torre entre medianeras”, la torre adaptada a un parcelario que no se desprende de la estructura de la cuadricula y el amanzanamiento colonial. Solamente en las ciudades que han abandonado sus centros históricos y han expandido sus centros de negocios a nuevas ubicaciones, como Quito, Caracas o México, la torre juega libremente, pero no entre jardines radiantes ni en la apretada densidad norteamericana, sino en una especie de caótico muestrario de formas, materias y colores.

Los caracteres morfológicos, y sobretodo un modo de proyectar que se advierte especialmente en las plantas, ordenadas y despojadas de accidentes, se convirtieron en caracteres comunes a la arquitectura y sustituyeron en las Escuelas a la enseñanza académica, al menos en la década de los 40. Asimismo, los grandes conjuntos de viviendas populares respondieron, durante muchos años, al modelo (degradado) de la Ville Radieuse, como por lo demás ocurría en buena parte del mundo desarrollado. Es reciente la búsqueda de recuperación de los tejidos urbanos tradicionales, como es reciente también la búsqueda de recuperación de ciertos tipos edilicios tradicionales.

La crisis del movimiento moderno es el resultado de su inmersión en el mundo, de haber abandonado el terreno ideal de los valores universales para confortarse con los valores y disvalores existenciales. Esta confrontación vino a demostrar como la pluralidad de las culturas y de las historias particulares o, si se prefiere, versiones particulares de algunos valores universales, propios del ser humano en sociedad.

El movimiento moderno era un producto histórico-cultural, y en tal condición era intransferible como totalidad. En su pretensión de universalidad había una falla estructural.

La traumática experiencia del Movimiento Moderno, su disolución, su fracaso como ideología totalizadora, confirman así la aseveración de Jürguen Habermas de que el descubrimiento de la pluralidad de las culturas no es nunca una experiencia inocua.

En el tiempo presente se dan cuatro componentes del conjunto de las arquitecturas que constituyen el panorama actual:

Arquitecturas del star system como periferias que operan sobre la superficie de los problemas, con un alto grado de autismo, que se separan voluntaria y ruidosamente de las viejas verdades esenciales de la arquitectura –función, estructura, urbanidad, unidad, etc.-.

El reduccionismo al que ha sido sometida la arquitectura en los últimos tiempos ha establecido una escala de valores en que la imagen atractiva ocupa el más alto sitial, en tanto que las condiciones ambientales, la eficiencia funcional, los valores especiales, la calidad de la vida, y aun el virtuosismo en la resolución de ciertos finos problemas de diseño, han pasado a un segundo plano.

Las arquitecturas de las grandes corporaciones, impulsoras del desarrollo de la alta tecnología en arquitectura, son también periféricas, pues sirven a un sector limitado de la sociedad y atienden a una franja de problemas arquitectónicos y necesidades sociales estrictamente acotada. Esta arquitectura se muestra como un ejercicio tecnológico valioso como desarrollo del ingenio estructural, pero ajenos a necesidades arquitectónicas o urbanas.

La arquitectura que se realiza en países medios considerados “no centrales” o “marginales”, opera a menudo en el corazón de los problemas arquitectónicos y sociales en su centro real, esto es, tanto la búsqueda de soluciones técnicas, económicas, constructivas, adecuadas su circunstancia, como al servicio de sus respectivas comunidades y a la atención de su calidad de vida, o a la calificación de los lugares en que le toca actuar. pero resulta periférica en el contexto mundial porque rara vez tiene acceso a los medios de comunicación que difunden información a escala mundial.

Por otra parte, la capacidad de un arquitecto de “venderse” internacionalmente como producto exportable parece estar en relación inversa de su compromiso con el lugar, pues sin duda alguna es más difícil vender una actitud que una imagen.

En cuanto a las vanguardias y las arquitecturas de tendencias, es posible afirmar que el peculiar funcionamiento de la sociedad de consumo ha tornado imposible la existencia de una corriente central de este tipo.

El actual sistema no solo consume objetos sino ideas, imágenes, corrientes de pensamiento, movimientos políticos y sociales, en una palabra todo lo que el ser humano es capaz de producir.

La celeridad de los mecanismos de consumo conduce a la aceleración del curso de los estratos más superficiales de la historia, e incide sin duda también sobre los estratos más profundos, los de media duración.

En el caso del regionalismo, proclamado para desprenderse de las corrientes internacionales que representan a la sociedad de consumo, no ha debido transcurrir mucho tiempo para que la idea primitiva se convirtiera en la formula apta para ser comercializada y manipulada por las grandes compañías, como lo señalo Silvia Arango. Convertido en mercancía, el regionalismo puede ser simplemente uno de tantos modos de comercializar la arquitectura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario